sábado, 10 de mayo de 2014

Soplo hacia adentro todo el aire que encuentro
Pero no alcanza para vaciar el vacío


El agujero va comiendo mi abdomen
en silencio
Con la mirada puesta en mi único deseo


Una gota fría desdibuja para siempre este cuerpo
inerme
O infame cuerpo que ya no es más que vacío
agujero lóbrego y áspero sin ojos ni piel

Sos vos con tantos rostros
a veces fuera y otras dentro de esta nada 
quien hunde sus dedos en mi pecho.

Mayo, 2014

viernes, 14 de marzo de 2014

un recuerdo ajeno se atraviesa
en el ocaso del devenir-me
taciturno el viento devuelve
las sonrisas enfrascadas
un dulce y su moho
se despabilan en la punta de las lenguas
yo caminaba con aires de girasol extraviado
cuando tropecé con ese canto
que a veces estremece
arrastrando huellas de vapor
reposé mi cuerpo sobre un banco en ruinas
aparecieron rostros detrás del musgo

Marzo 2014

martes, 18 de febrero de 2014

En partes el cuerpo.



Redonda
de llegar a los lugares donde todo habita
o tiene el mérito intangible de lo incorpóreo/abstracto
Tanta bastedad a cuestas desconocida
como ir y venir sobre el piélago en lo oscuro
Con la misma existencia espuria que inhala/transpira
deshace, unos y otros
Ser funámbulo sí
está en la esencia del que discurre

Largo y redondo
de llegar a los lugares donde todo es latido
o se vuelve calor zafio al roce de los cuerpos/almas
Tanto ardor encorsetado entre carne y razón
como ir y venir frío e inerme
Con la misma ausencia con la que se inunda/ahoga
revienta, uno por otro
Ser mórbido sí
está en la esencia del que ama

Largos
de llegar a los lugares donde todo duele
o donde no alcanza con la mirada para ser/estar
Tanta superficie expuesta al sol y a la luna
como ir y venir lánguido y sin reconocimiento
Con la misma desazón con la que despierta/despereza
cae, uno y otro
Ser partido sí
está en la esencia del que abraza

Largas
de llegar a los lugares donde todo se afirma
o no es firme si no alcanza a sembrarse/arraigarse
Tanta extensión en la sombra olvidada
como ir y venir bajo el cielo y el aliento
Con el mismo azogado andar que lo aplasta/embate
para, uno junto al otro
Ser partido sí
está en la esencia del que camina

lunes, 10 de febrero de 2014

Elsa Bernihil (2° cuento, 2002)

La chica de la foto es Elsa. Se la ve en su habitación, sentada en su cama, leyendo. ¿Qué lee? Pues eso no importa, lo que nos importa a nosotros, o por lo menos a mí, y no porque me dé lo mismo que lea a Borges o a Bucay, a Rodolfo Walsh o a Cohelo, lo que importa es la exagerada pasión con la que Elsa se entrega a la lectura. Para mí está obsesionada y poseída por las letras y los libros. Y qué hay de malo en ello, es preferible que esté poseída por los libros y no por la televisión o los video juegos, o algo peor, dirán ustedes. Sí, pero permítanme recordarles que todos los extremos son malos, y la historia que voy a contarles es el mejor ejemplo.
Elsa vive con sus padres, aunque es más honesto decir que vive en una pieza de pensión y comparte el baño y la cocina con un matrimonio, casualmente, su madre y su padre. En esa habitación se pasa la mayor parte del día, y cuando no tiene clases, pues todo el día. Ya no recuerda cuando fue la última vez que salió a divertirse con amigas o con algún muchacho que la pretendiera, más aún, ya no recuerda si alguna vez tuvo amigas o muchachos que la pretendieran.
La habitación de Elsa, como se ve en la foto, es demasiado grande, o al menos eso parece al estar casi vacía de muebles. Por otro lado, al ser hija única, nunca tuvo que compartirla con nadie. El techo es el típico techo de las casas antiguas, inalcanzable, exageradamente alto para los tiempos modernos. No hay mucho más que describir en la habitación de Elsa, ya que tres de las cuatro paredes están cubiertas de estantes cargados de libros, desde el suelo hasta el techo y desde un extremo a otro; la biblioteca solo se interrumpe por el espacio que ocupa la puerta. En la cuarta pared, la opuesta a la puerta, hay una ventana, angosta y desmesuradamente larga, también una ventana típica de las casas antiguas; debajo, la cama, y junto a la cama, una mesa de luz.
Siempre hay un libro bajo la almohada de Elsa. Al sonar el despertador por la mañana, a eso de las ocho, escarba con su mano la almohada y saca un libro, tibio y somnoliento, tal vez sorprendido en el momento de desperezarse. El despertador vuelve a sonar a las doce treinta del mediodía, hora en la que Elsa se levanta para ir a almorzar. Antes pasa por el baño y esto porque la naturaleza es muy estricta, pues de no ser así, les aseguro que evitaría perder cientos de minutos en tan tediosa tarea. Ya en la cocina, tiene el tiempo justo para almorzar antes de irse. A la una en punto sale de la casa y emprende el camino a la universidad. Siempre solitaria, recorre los pasillos del gran edificio, nadie jamás notó su presencia. Pero a Elsa no le importa, pues en su casa la esperan los cientos de personajes que habitan sus libros, ansiosos por salir de su estrecha morada. Concluidas sus clases, Elsa regresa a casa sin perder un minuto.
Al llegar, se encierra nuevamente en su habitación y con insondable placer se sumerge en el relato de una historia que no han terminado de contarle.
Su madre la llama a cenar siempre a las diez, llamado al que Elsa acude inmediatamente, dejando marcada la página en que abandona la lectura; y siempre a las diez y treinta, está de vuelta, sentada en su cama con el libro en la mano.
Los padres de Elsa discuten todo el tiempo sobre su actitud. Por un lado les agrada que su hija sea una gran lectora, pero por el otro, los asusta la idea de que cada vez se aleje más de sus seres queridos, de que cada vez este más sola.
Incluso su padre llegó a pensar, nunca se lo dijo a su mujer por miedo a perturbarla, a pensar decía, que Elsa ya no era Elsa, que era sólo un cuerpo, una caja vacía, incapaz de expresar sentimiento alguno, pues su rostro se había petrificado en un sólo gesto, austero pero ido; ya no denotaba ni tristeza, ni alegría, ni dolor. Elsa, según creía su padre, habitaba en realidad uno de sus libros; misteriosamente su alma había sido absorbida, no sabe por quién ni con qué fin, pero estaba seguro de que su hija ya era un personaje más de la literatura. La preocupación más grande de éste hombre era no saber si su hija se había ido con felicidad, o si la habían arrastrado a otro mundo contra su voluntad, para darle un destino que seguramente ninguno de los personajes ya existentes quería enfrentar. 
Elsa podría estar condenada a la hoguera acusada de brujería, como había leído alguna vez; podría estar sola en una celda inmunda esperando la muerte. Pero quizás, en este momento esté descubriendo que amaneció convertida en una cucaracha, pobre Elsa, qué disgusto, no sabrá qué hacer ante semejante situación, una cucaracha, se imaginan? Y si es actriz?, pero no cualquier actriz, esa tan famosa, cómo se llama, Glenda, sí Glenda, va a pensar que está en la gloria, que no necesita más, que la adoran, y sí, la adoran, pero son fanáticos Elsa y van a matarte, basta, no quiero ni pensarlo.
El hombre pasó por la habitación de su hija, la puerta estaba cerrada pero la luz seguía encendida. Iba a entrar para darle las buenas noches, pero luego desistió. Caminó hasta el final del pasillo, tenía que pasar al baño antes de irse a dormir. Ya en la cama, miró de reojo el libro que había dejado esa mañana sobre la mesa de luz, hizo un gesto de desprecio y enfado como si el libro pudiera recibirlo. Se dio vuelta y besó a su mujer, apagó la luz y concentró toda su energía en tratar de dormirse.
La mujer recibió el beso ya dormida. Sus ojos se movían con desesperación bajo sus párpados, estaba soñando. Era el mismo sueño que perseguía sus noches desde hacía meses. Aún no se lo había contado a su marido por miedo a perturbarlo. No era lo que se dice una pesadilla, pero la inquietaba el hecho de que se repitiera con tanta frecuencia y tanta exactitud. Desde la noche en que por primera vez tuvo este sueño, mejor dicho, desde ese primer sueño hasta el último, no había cambiado ni un solo movimiento, ni una sola mirada, no había nada que sobrara ni que faltara, como si proyectaran el mismo fragmento de una película una y otra vez.
Ella mira a Elsa desde el extremo de la biblioteca que da justo frente a su cama, no se ve a sí misma, es como si mirara desde dentro de un libro, como si toda ella fuera los ojos de ese libro. Elsa parece no notar su presencia, lee sentada en la cama y permanece inmóvil casi todo el tiempo, excepto en los momentos en los que da vuelta las páginas. Se la ve ansiosa, exaltada, le faltan apenas unas pocas hojas para terminar su libro. Por fin, poco tiempo después, a la mujer le parece un siglo, lo termina, se levanta, su cara esboza una sonrisa abyecta que atemoriza a su madre que aún mira desde lo alto de la biblioteca. Elsa se acerca, guarda el libro en el estante que comienza a la altura de su pera, alza la cabeza buscando otra lectura, su madre la observa, está ubicada exactamente sobre ella. La mirada de Elsa va de un lado a otro, hasta que en un momento fija la vista en un punto. Aún mantiene esa sonrisa histérica, desquiciada. 
La mujer se sobresalta, en su cara de libro se lee la sorpresa y el desconcierto, un escalofrío la recorre de página a página. Elsa la está mirando.
En ese preciso momento despertaba. Algo aterrada y sudando se abrazaba a su marido y volvía a dormirse.
Los días se repetían lastimosamente uno tras otro en la casa de los Bernihil. Con el tiempo, Elsa dejó de asistir a la universidad, sus padres tardaron semanas en darse cuenta, pues Elsa se encerraba en su habitación y no salía más que para ir al baño o para alimentarse.
El señor y la señora Bernihil volvían de trabajar entre las dos y las tres de la tarde y sin notar su presencia transitaban como siempre sus rutinarias tardes. Pero un día, Elsa fue al baño sin consultar antes el reloj, no es que le importara demasiado que conocieran o no su decisión de abandonar los estudios, simplemente quería ahorrarse la molestia de tener que dar explicaciones, pero en el momento que volvía a la habitación entró su madre y la vio. 
Inmediatamente comenzó a atacarla con preguntas, luego comenzó a gritarle, a insultarla y a amenazarla, estaba totalmente descontrolada, no podía creer ni aceptar lo que Elsa le decía, dejar la universidad no, ni se te ocurra Elsa, se desesperaba, era lo único que mantenía a Elsa relacionada con el mundo real. Sentía que si lo aceptaba sería como aceptar que condenaran a su hija a un exilio sin retorno.
Sin embargo no alcanzaron ni las súplicas que terminó por expulsar la mujer, ni el castigo que intentó imponer el hombre al enterarse. Con el transcurso de los días y al cabo de unos meses, la nueva situación había pasado al olvido y ya formaba parte de la rutina familiar.
Todo parecía haber vuelto a la normalidad, y digo parecía porque tengo la certeza de que no fue así, esa certeza que nos da el inconsciente a través de los sueños. Y hablo del sueño de la señora Bernihil que continuó atormentándola largo tiempo y que un día, por fin, le permitió ver más allá.
Esta vez no despertó al sentir la mirada de Elsa en sus ojos, en su cuerpo de libro. Elsa la miró durante largo tiempo, inmóvil, luego estiró los brazos lo más que pudo intentando alcanzarla, quería ese libro y no otro. Estaba en el último estante de la biblioteca, a pocos centímetros del techo. Aún así Elsa no se dio por vencida y utilizando los estantes como escalones comenzó a subir. La mujer se encontraba aturdida, no sabía si Elsa la había visto o si sólo perseguía una nueva lectura. En ese momento la distancia que separaba a la mujer de su hija comenzó a multiplicarse, la biblioteca se estiró como si fuera de goma hasta hacerse interminable para cualquier ojo humano. Elsa continuaba subiendo como si nada, mientras la mujer sufría de pánico, impotencia, asfixia, vértigo, sentía un grito atravesado en las páginas de su garganta. Estaba a punto de gritar cuando vio que Elsa estaba acercándose. Se sintió un tanto aliviada, pero por poco tiempo pues la biblioteca comenzó a tambalearse y la angustia volvió a poseerla. Elsa seguía subiendo, estante por estante, sin prestar atención a la inclinación que había provocado en aquel gigantesco mueble. La mujer supo que no iba a pasar mucho tiempo antes que la biblioteca cediera definitivamente al peso de Elsa. Y así fue, comenzó a caer lentamente y a arrastrar con ella todo lo que cargaba. La señora Bernihil no tuvo más opción que dejarse caer y así se encontró con el vacío, con la nada y despertó. Estaba temblando, las gotas de sudor le recorrían el rostro de lado a lado. Por unos segundos se quedó inmóvil sin poder reaccionar y de golpe se echó a correr hacia la habitación de Elsa. Por fin, y luego de tropezarse con sus propios pies, llegó a la puerta y golpeó con todas sus fuerzas pero nadie respondió.
Intentó abrirla pero estaba cerrada con llave, quiso ver por el ojo de la cerradura si Elsa se encontraba dentro, pero fue en vano, una montaña de libros le impidió ver más allá.

viernes, 31 de enero de 2014

Cruz (1° cuento, 1999)

Cruzó la calle y se sintió desorientado. Ya no supo dónde estaba. Ya ni siquiera estaba seguro de saber quién era.
Pensó que era imposible el haberse perdido, llevaba más de tres años haciendo el mismo recorrido al ir de su casa a la facultad y viceversa. Incluso antes de cruzar la calle todo era normal, iba por el camino correcto. Pero aquella sensación de estar parado en un lugar desconocido, empezaba a crecer y a desesperarlo.
Estaba inmóvil, desde que subió a la vereda no había podido mover ninguna parte de su cuerpo. Tal vez el miedo que le provocó aquella sensación de estar tan lejos de su cotidiana realidad lo paralizó; o alguna fuerza extraña que formaba parte de ese momento, tan absurdo como misterioso, le impidió moverse.
Miró lo poco que alcanzaban a ver sus ojos. Delante de él, a poco menos de un metro (pues la vereda era angosta) una pared, la pared que veía todos los días al cruzar esa calle. Había sido blanca pero la tierra, los afiches pegados y luego arrancados, las inscripciones y el tiempo, la fueron oscureciendo.
Hacia abajo, a unos centímetros de su pie derecho, justo en el centro entre la pared y el cordón de la vereda, un arbusto, joven pero descuidado y grotesco. Se le ocurrió pensar que había nacido ahí con el único destino de embellecer aquella cuadra. Pero alrededor del arbusto vio tapas de botellas, colillas de cigarrillos, restos de comida, bolsas de nylon y un papel arrugado y sucio donde alcanzó a leer "sábado peña jujeña".
Alzó los ojos lo más que pudo, esperando encontrar un cielo similar a los cielos de los días anteriores; o mejor aún, encontrar el cielo que lo había acompañado esa misma mañana en el camino a la universidad. Pero a pesar del esfuerzo su vista no pudo trepar la pared.
Bajó los ojos resignado y más desconcertado que al comienzo.
Aunque todo lo que había visto le era conocido, comparado con esa terrible sensación de angustia y enajenamiento, no significaba nada.
Aún no podía moverse y ni siquiera fue capaz de intentar emitir algún sonido. Todos sus sentidos empezaron a confundirse, no podía concentrarse ni calmarse. Su mente se transformó en una máquina y comenzó a proyectar imágenes en su cabeza. Parecían recuerdos de su pasado, pero algunos eran sucesos que no había visto más que en la televisión. Sin embargo, ahora estaba ahí, como si los hubiera vivido.
En la habitación de una casa, tal vez su casa, cuarenta o cincuenta personas entran y salen todo el tiempo. Hombres, mujeres, niños, todos de negro y lamentándose. Las lágrimas se multiplican a cada segundo. Él abraza a su madre, su madre llora, desconsolada y triste. "Ha muerto tu padre". El aire se torna espeso y a cada segundo se le hace más difícil respirar.
Se aleja de su madre, sale afuera dejando atrás los llantos y la muerte.
Las cosas no son mejores afuera y trata de esconderse, de escapar, como otros tantos civiles que quedaron atrapados entre las bombas, arrojadas por un avión, arrojado por una guerra. Está tan asustado que no le salen las palabras para pedir ayuda. "Debes pedir ayuda, ¿pero a quién?" Es noche y es día con mucha frecuencia. Junto a él pasan hombres cargando camillas y camillas cargando hombres. Hombres agonizando. Hombres que sangran y gritan. Comienza a sentir que le falta el aire mientras la muerte sigue desfilando a su lado.
Sus amigos lo toman del brazo y lo levantan, el resto de los estudiantes sigue saltando y gritando. La policía reprime, los golpea con palos, puños y patadas. Los compañeros desaparecen entre el humo denso y negro de los gases. "Tu pancarta se ha caído". El aire se hace insoportable y el olor a muerte se filtra por los poros de su piel.
Se moja la cara y alza la manguera. Un nuevo foco comienza a arder a unos pocos metros. Hectáreas de bosques se convierten en cenizas en apenas segundos. No alcanzan ni el sudor ni el llanto de los miles de voluntarios para evitarlo. "Te tiemblan las manos". Sus ojos no ven más allá de su brazo extendido. Sólo se ve el humo gris cambiar de dirección y al viento manejar la muerte.
La pantalla en su cabeza se apagó de golpe. Las persianas de sus ojos se abrieron, y otra vez, frente a él, la pared.
Sus pies se enfriaron súbitamente, un frío atroz, implacable, que empezó a trepar por sus piernas y a abarcar todo su cuerpo. El aire espurio que lo rodeaba penetró en su piel y comenzó a devorarlo desde adentro, lenta y silenciosamente.
Se sintió liviano, liviano y frío.
En ese momento escuchó sirenas. Tardó un instante en distinguir que provenían del exterior y no de su cabeza. También escuchó el murmullo, casi indescifrable, de varias personas.
Descubrió con satisfacción, pero no sin asombro, que ya podía moverse.
Se dio vuelta hacia la calle, de dónde provenían los ruidos. Vio a un grupo de gente formando un círculo alrededor de algo que no alcanzaba a ver. Las sirenas correspondían a una ambulancia estacionada junto a la ronda de gente. Trató de acercarse para averiguar qué había pasado. Bajó a la calle pero se distrajo al ver en el suelo algo que brillaba junto a su pie derecho, se agachó y lo levantó.
Era su reloj, lo reconoció en seguida. Estaba roto y sangrando, pero aún funcionaba. Se alegró de haberlo encontrado, era un recuerdo de su padre. Lo limpió y miró la hora, haciendo un gran esfuerzo pues ya había oscurecido. Dio un salto, iba a llegar tarde al cumpleaños de Rodolfo, su hermano.
Volvió a subir a la vereda y salió corriendo en dirección a su casa, mientras pensaba que su madre iba a reírse cuando le contara lo sucedido aquella tarde, del veinticinco de marzo, a la vuelta de la facultad.