lunes, 12 de abril de 2010

El nacimiento de mi muerte.

La serpiente se enrolló en su cuello

Esa mirada era tan última que lastimaba

El viento te ha despeinado, le dije

Pero su lengua agonizaba

Le até los cordones y sacando un peine

Del bolsillo arreglé su pelo.

Me senté a mirarla

Era como mirarme a mi misma en un espejo

Pero la imagen devuelta fue falsa y confusa:

Mi vientre se hinchaba con desconsolada prisa

Nadie te espera, le dije,

Su infinita pero última lágrima se reventó en el suelo.

Sentí el llamado antes de consolarla

Tomé su mano, inerte y traslúcida,

La apoyé bajo mi ombligo, ella también lo sintió.

Intentó un gesto pero la serpiente lo arrancó de cuajo

Abrazándose con más fuerzas a su cuello.

Pensé en el aire que dejaría de utilizar

Podría ser bueno para nosotras

Lo siento, susurré, somos dos.

Supe que quería sonreír,

Pero sus labios, morados hasta el hartazgo,

No se movieron.

Un dolor sordo y arrollador me llegó de su mano

Ya es hora,

Pero su mirada finalmente se había enajenado,

Estaba a punto de ya no ser.

En ese instante mis miedos y temblores coincidían armoniosa y perturbadoramente con los suyos

La serpiente se relamía, cegada de morbo, abyecta.

Mi vientre se abrió como en un grito,

Mientras sus párpados eran sellados

Por una fuerza primigenia.

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