Son los sueños sin sueño los que agotan.
Son los rostros sin rostro los que insultan.
Son las piernas sin paso las que detienen.
"Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo." (Ricardo III, Shakespeare)
sábado, 1 de mayo de 2010
Juntacadáveres
Un grito desesperado
pidiendo el retorno de las almas.
Un desierto de cadáveres,
putrefactos, descuartizados
Se dejan mirar gigantes,
pequeños,
hediondos.
Los ojos mirando el mar
Las bocas abiertas y vacías
Los brazos señalando el cielo
Incapaces de seguir las huellas de los hombres
Asfixiados de inocencia y crueldad
Tan cerca el mar tan grande su desgracia
Uno tras otro
de espaldas a la tierra
de frente al cielo
huecos, vacíos
en silencio
Arrollados por la ignorancia de los dioses.
pidiendo el retorno de las almas.
Un desierto de cadáveres,
putrefactos, descuartizados
Se dejan mirar gigantes,
pequeños,
hediondos.
Los ojos mirando el mar
Las bocas abiertas y vacías
Los brazos señalando el cielo
Incapaces de seguir las huellas de los hombres
Asfixiados de inocencia y crueldad
Tan cerca el mar tan grande su desgracia
Uno tras otro
de espaldas a la tierra
de frente al cielo
huecos, vacíos
en silencio
Arrollados por la ignorancia de los dioses.
La Ira
Y arremetió dios otra vez contra la carne,
pero esta vez se olvidó de perdonar.
Había miles de cabezas con sus pensamientos destrozados,
arrastradas vertiginosamente por millones de diminutas gotas,
gotas de sangre o de tiempo.
Las manos perforadas por plumas sin tinta,
sin palabras.
Eran incontables los pedacitos de alma que yacían en la tierra como cristales rotos,
cortándola despacio y dolorosamente.
Los recuerdos envenenados como ratas,
caían tiesos sobre los hombros quebrados por la oscuridad.
Montañas de huesos podridos por el aliento del Hades,
rodeaban rostros desfigurados por lluvias de sueños ácidos.
Los tambores sonaban hirientes sorprendiendo tímpanos
que caían reventados sobre tapados de visón y leopardo.
No era el fin sino el comienzo del fin.
pero esta vez se olvidó de perdonar.
Había miles de cabezas con sus pensamientos destrozados,
arrastradas vertiginosamente por millones de diminutas gotas,
gotas de sangre o de tiempo.
Las manos perforadas por plumas sin tinta,
sin palabras.
Eran incontables los pedacitos de alma que yacían en la tierra como cristales rotos,
cortándola despacio y dolorosamente.
Los recuerdos envenenados como ratas,
caían tiesos sobre los hombros quebrados por la oscuridad.
Montañas de huesos podridos por el aliento del Hades,
rodeaban rostros desfigurados por lluvias de sueños ácidos.
Los tambores sonaban hirientes sorprendiendo tímpanos
que caían reventados sobre tapados de visón y leopardo.
No era el fin sino el comienzo del fin.
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