Y arremetió dios otra vez contra la carne,
pero esta vez se olvidó de perdonar.
Había miles de cabezas con sus pensamientos destrozados,
arrastradas vertiginosamente por millones de diminutas gotas,
gotas de sangre o de tiempo.
Las manos perforadas por plumas sin tinta,
sin palabras.
Eran incontables los pedacitos de alma que yacían en la tierra como cristales rotos,
cortándola despacio y dolorosamente.
Los recuerdos envenenados como ratas,
caían tiesos sobre los hombros quebrados por la oscuridad.
Montañas de huesos podridos por el aliento del Hades,
rodeaban rostros desfigurados por lluvias de sueños ácidos.
Los tambores sonaban hirientes sorprendiendo tímpanos
que caían reventados sobre tapados de visón y leopardo.
No era el fin sino el comienzo del fin.
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