"Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo." (Ricardo III, Shakespeare)
sábado, 1 de mayo de 2010
Juntacadáveres
pidiendo el retorno de las almas.
Un desierto de cadáveres,
putrefactos, descuartizados
Se dejan mirar gigantes,
pequeños,
hediondos.
Los ojos mirando el mar
Las bocas abiertas y vacías
Los brazos señalando el cielo
Incapaces de seguir las huellas de los hombres
Asfixiados de inocencia y crueldad
Tan cerca el mar tan grande su desgracia
Uno tras otro
de espaldas a la tierra
de frente al cielo
huecos, vacíos
en silencio
Arrollados por la ignorancia de los dioses.
La Ira
pero esta vez se olvidó de perdonar.
Había miles de cabezas con sus pensamientos destrozados,
arrastradas vertiginosamente por millones de diminutas gotas,
gotas de sangre o de tiempo.
Las manos perforadas por plumas sin tinta,
sin palabras.
Eran incontables los pedacitos de alma que yacían en la tierra como cristales rotos,
cortándola despacio y dolorosamente.
Los recuerdos envenenados como ratas,
caían tiesos sobre los hombros quebrados por la oscuridad.
Montañas de huesos podridos por el aliento del Hades,
rodeaban rostros desfigurados por lluvias de sueños ácidos.
Los tambores sonaban hirientes sorprendiendo tímpanos
que caían reventados sobre tapados de visón y leopardo.
No era el fin sino el comienzo del fin.
martes, 13 de abril de 2010
La mosca, la negra, la bestia.
mancha mi amarillo enamorado,
dando vueltas alrededor de un termo,
¡miradme horrible bestia!
¿Somos nosotros tan repugnantes?
Ahora en mi pierna,
se siente cómoda,
descansa.
O acaso medita sobre su próximo vuelo.
Negra vuela.
El amarillo está intacto,
la luz atrapada en un manto de estrellas
y media luna etérea.
¡Mostradme ahora tu frío cuerpo!
¡A mí, a mí que hoy amo, tan lejos, su rostro!
¿Dónde estás?
Aún no he terminado de odiarte.
Mis ojos ya han sido invadidos,
incluso mi amarillo enamorado.
No has dejado nada tras tu vuelo,
no liberaste la luz que fue tu cuna.
¡Vuelve negro espíritu!
Vuelve a distraer mi angustia.
No es mía tu cárcel,
paciente, no esperas nada.
Insecto de alas inútiles:
¿a dónde vas repartiendo oscuridad
y pestilente soledad?
¿Acaso has venido a buscarme?
¿A confundirme?
Quieres atraparme en todos tus ojos.
Y en todos tus ojos sé
quién es la bestia.
lunes, 12 de abril de 2010
Presentación del hijo.
Si bien me jacto de tener un buen manejo de la pluma y la palabra (escrita), dudo de mi capacidad a la hora de describirles lo que es mi vida en estos meses. Incluso temo que sólo se vea como un manojo de cursilerías.
Ahora está dormido, pero cada tanto se queja, tiene gases. Es un ángel con gases, es mi ángel con gases.
A veces se ríe, aunque más no sea un fugaz reflejo o una mueca involuntaria. Su lengüita se asemeja a una esponja, suave, húmeda, carnosa. Su tono es rosado pero por momentos advierto matices de blanco leche.
Se que esconde algo en sus puños cerrados, pero no logro saber que es, cuando consigo abrir su mano ya ha desaparecido, lo guarda con tanto recelo que lo creo imprescindible para él, tal vez sea la inocencia, pues es algo que a nosotros ya se nos ha escapado de las manos.
Se puede ver a través de sus ojos, diáfanos, límpidos. Por momentos se queda absorto con la mirada perdida en algún sitio, un horizonte más allá del horizonte al que mis ojos son incapaces de llegar. Me pregunto si pensará en algo. Me pregunto si verá la miseria al mirarnos. Me pregunto si su piel, transparente y cristalina, resistirá mucho tiempo al roce de nuestras manos, sucias de recuerdos y silencios.
Para él, no hay noche ni hay día, los relojes de la casa le son indiferentes, las convenciones sanitarias lo tienen sin cuidado, supongo que tampoco le importan las fronteras, ni la marca de tus zapatos, sólo duerme cuando tiene sueño, come cuando tiene hambre y caga cuando tiene ganas.
Puedo estar horas viéndolo hacer gestos y muecas, en apenas unos segundos pasa del enojo al asco, del asombro al llanto, del puchero a la risa. Frunce el ceño, guiña un ojo, saca la lengua, bosteza, y finalmente, y ya sin fuerzas, y embriagado de leche, y vomitado de satisfecho, se duerme.
Su virginidad me conmueve. Hablo de su boca sin mentiras, hablo de sus ojos sin rencores, hablo de sus oídos sin promesas, y hablo de sus sueños por cumplir.
Así, así es mi hijo, os lo presento.
El nacimiento de mi muerte.
La serpiente se enrolló en su cuello
Esa mirada era tan última que lastimaba
El viento te ha despeinado, le dije
Pero su lengua agonizaba
Le até los cordones y sacando un peine
Del bolsillo arreglé su pelo.
Me senté a mirarla
Era como mirarme a mi misma en un espejo
Pero la imagen devuelta fue falsa y confusa:
Mi vientre se hinchaba con desconsolada prisa
Nadie te espera, le dije,
Su infinita pero última lágrima se reventó en el suelo.
Sentí el llamado antes de consolarla
Tomé su mano, inerte y traslúcida,
La apoyé bajo mi ombligo, ella también lo sintió.
Intentó un gesto pero la serpiente lo arrancó de cuajo
Abrazándose con más fuerzas a su cuello.
Pensé en el aire que dejaría de utilizar
Podría ser bueno para nosotras
Lo siento, susurré, somos dos.
Supe que quería sonreír,
Pero sus labios, morados hasta el hartazgo,
No se movieron.
Un dolor sordo y arrollador me llegó de su mano
Ya es hora,
Pero su mirada finalmente se había enajenado,
Estaba a punto de ya no ser.
En ese instante mis miedos y temblores coincidían armoniosa y perturbadoramente con los suyos
La serpiente se relamía, cegada de morbo, abyecta.
Mi vientre se abrió como en un grito,
Mientras sus párpados eran sellados
Por una fuerza primigenia.